Comentario
Realmente, el Estado de Pérgamo acababa de ser fundado: en esta antigua ciudad, cuyos restos de época arcaica empiezan a investigarse en estos últimos años, Lisímaco de Tracia había colocado su tesoro, fiado de la impresionante fortaleza del lugar y de la lealtad de un oficial suyo, Filetero. Pero Filetero, en el 282 a. C., se pasó a Seleuco de Siria, y dos años después, al morir su nuevo señor, quedó virtualmente autónomo. Pronto, con la llegada de los bárbaros, podría ofrecer la justificación de su poder y de su independencia: había que constituir un Estado fuerte y un ejército poderoso para proteger a las ciudades griegas de tantas desdichas. Pérgamo había de ser ahora lo que fue Atenas a principios del siglo v a. C., cuando defendió a toda Grecia de la invasión de los persas.
Este planteamiento, a medida que pasen los años, no hará sino afianzarse en la vida, la cultura y la propaganda de Pérgamo: si, por una parte, se insistirá en la leyenda según la cual Pérgamo fue la capital del reino que otrora gobernase Télefo, el hijo de Heracles, y se enseñará en ella la tumba de Auge, la princesa de Tegea que fue madre del héroe, por otra el paralelismo con Atenas se repetirá constantemente: el patronazgo de Atenea, la copia de la Atenea Párthenos que dominará, desde principios del siglo II a. C., la biblioteca de la ciudad, los monumentos donados por los reyes pergaménicos a Atenas, incluso las peculiares fiestas y la protección al arte, todo parece encaminado a ese mismo fin.
Filetero, desde su fortificada acrópolis, en la que sobresalía ya por entonces el templo dórico a Atenea Políada Nicéfora, construido hacia el 300 a. C., hubo de organizar ataques, no siempre afortunados, contra los invasores celtas. Y a su muerte (263 a. C.), su sobrino Eumenes, que le sucede, continúa su labor, a la vez que derrota a las tropas sirias que intentan someter de nuevo su reino. Es capaz de acrecentar su territorio, protege a los filósofos que a él se acogen, y deja a su hijo adoptivo, Atalo, un estado ciertamente poderoso, y apoyado por las ciudades costeras agradecidas.
Con esta base, Atalo I (241-197), que tomará finalmente el título de rey para manifestar su total independencia, podrá dedicarse a engrandecer su ciudad y su reino: construirá nuevas murallas, ampliará el templo de Deméter y, sobre todo, ordenará hacer grandes grupos escultóricos para conmemorar sus victorias: no menos le parecían merecer la que obtuvo en el 233 a. C. contra los celtas junto al río Caico, o la aún más importante que logró a los pies mismos de la ciudad, en el 229, contra celtas y sirios coaligados.
Dentro de la historia del arte helenístico, estos grandes exvotos tienen una importancia primordial, comparable por varios motivos al Mausoleo de Halicarnaso: como entonces, se trataba de hallar iconografías y lenguajes nuevos para un hecho insólito; como entonces también, había que reunir, para lograrlo en un lapso de tiempo breve -se trataba de una propaganda de actualidad- varios artistas con calidad e iniciativas.